Digan lo que digan sobre él y Gauguin, Van Gogh no era gayego, Van Gogh era un pagafantas. De joven se enamoró muy fuerte de la hermana de un amigo suyo y la pidió matrimonio paseando por el campo. La pobre mujer, de la que no sabemos nada, le dio calabazas y nunca quiso volver a verle. Pero Van Gogh estaba ya muy loco y creía que la muchacha se enamoraría de él si le demostraba que iba en serio así que fue a su casa. Y bueno, la chica no quería verle, la madre se echaba las manos a la cabeza y el padre quería echarle de casa. Así que Van Gogh le propuso al padre que le dejara hablar con su hija tanto tiempo como pudiera mantener la mano sobre una vela (encendida). Puto loco que le hizo una apuesta de bar al padre de la chica, que se jugase la mano de su hija a «a ver cuánto aguanta este loco quemándose con la vela».
Que hubiera accedido, que realmente hubieran acordado cronómetro en mano que Van Gogh pudiera hablar con la chica tanto tiempo como aguantara. Van Gogh con la mano en llamas, llamas grandes como si tuviera la mano hecha de papel maché.
Una conversación muy rápida entre Van Gogh y la chica, Van Gogh recitando su discurso de cortejo a la chica y el padre en el quicio de la puerta contando los segundos; ellos dos muy correctos, muy caballeros, muy gentleman pero en holandés. Ella muy asustada, muy de no querer nada de Van Gogh, muy de escuchar por compromiso, muy de rechazar a Van Gogh y mandarle de vuelta a su casa. Que luego le eche la bronca al padre, que le diga «¿Pero cómo me haces esto papá?»
Recrear esto hoy. Acosar muy fuerte a una pobre chica e ir a su casa a decirle a sus padres que te dejen hablar con ella tanto tiempo como aguantes con la mano sobre una vela que no hay. Ir muy seguro de ti mismo, ser consciente de que no hay ninguna vela e improvisar muy rápido en medio del salón de su casa para acabar poniendo la mano sobre una lámpara. Discutir con tu posible futuro suegro que te dice que eso es una gilipollez, que «vamos a la cocina» y te encienda la tostadora. Jugarte el amor de tu vida a aguantar la mano dentro de una tostadora encendida, jugarte el corazón haciendo el jackass.