Historia viva.

La perra favorita de Hitler se llamaba Blondi. Tenía otros perros y además estaba muy ocupado tratando de conquistar Europa pero siempre tenía un momento para jugar con ella. Incluso en los peores momentos de la guerra siempre tenía tiempo para sacarla a pasear y que estirase las patas. En los últimos días de Berlín Blondi se mantuvo alegre y fiel a su dueño, cuando todo el Reich se desmoronaba ella nunca dejó de estar a su lado.

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Hoy día todo lo que tenemos para recordar a Blondi es una placa de mármol en un monumento soviético de Treptower Park. Es una magnífica escultura pero en ella Blondi no aportó gran cosa, solo son unos pocos palmos de piedra apenas distinguibles del resto salvo por la erosión propia del persistente desgaste de la orina.
Durante años Hitler paseó a Blondi por los jardines de la Cancilleria y ella por algún capricho de su mente animal tenía el hábito de mear siempre en la misma esquina, no importaba que ya hubiese meado antes siempre reservaba unas pocas gotas para ese preciso lugar.
Cuando la Rusia soviética conquistó Berlín demolieron el edificio y construyeron un monumento con sus restos.

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Diariamente llegan a Berlín cientos de personas atraídas por el turismo nazi y Treptower Park es por supuesto una para obligatoria en su visita. No todos llegan enterados de la pequeña curiosidad que representa la marca de meada de Blondi, algunos ni siquiera saben nada sobre la perra. Pero cuando el guía la señala todos se levantan la cámara para poder tener una imagen de ese pequeño trozo de historia.

El asunto es que aparte de turistas normales también acuden neonazis que quieren sentirse cerca de sus héroes y ven en esa vieja meada de perro un vínculo directo con su querido Fuhrer. Traen regalos para Blondi: huesos, collares de perro, flores, salchichas frescas que dejan junto al monumento en recuerdo a la más fiel seguidora de Hitler.
Traen a sus perros y les hablan sobre el sueño de Hitler y cómo trató de hacer el mundo un lugar mejor, les explican que en ocasiones tienes que luchar por lo que crees que es justo. 

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Los más devotos se unen para aupar a sus perros al monumento para que olfateen la mancha y meen en ella. Creen que así sus perros quedarán imbuidos de la esencia de Blondi y eso les acerca a ellos a Hitler. No hablan de ello pero algunos en sus mentes visualizan una especie de circuito en el que la energía nazi pasa de Hitler a Blondi a través del cariño, de Blondi a la piedra en forma de orín para volver a hacer el camino inverso entrando en el perro a través del orín y en ti a través del cariño del perro.
Lo cual no tiene ningún sentido porque no entra orín en el perro, el perro no coge nada de la mancha, solo pone un poco más de meada en ella. De hecho el perro no entiende nada de lo que está pasando.

Vecindad Nazi.

Supongamos que Adolf Hitler es una persona real y no un personaje histórico, imaginémoslo por un momento andando por la calle, lejos de la segunda guerra mundial, lejos de Alemania, lejos del partido nazi. Descontextualicemos a Hitler.
Mismo bigote, mismo peinado, mismo Hitler pero convertido en un ciudadano común que está haciendo cola en la panadería por ejemplo,  una panadería que llevan unos pakis.

Pero no es un Hitler inesperado, es un Hitler normal, de barrio, un habitual, casi un conocido; vive en un sitio pequeño de la costa del Sol y todos se conocen, Hitler solo es uno más en el pueblo. Es normal verle por el pueblo haciendo recados cargando bolsas de un lado a otro, comprando en la carnicería frutería, en la droguería, sentado en un parque jugando con su perro; un Hitler campechano, campechano de verdad, no como el rey.

La cosa es que ya estás acostumbrado a verlo, te has habituado tanto que empiezas a saludarlo. Al principio solo saludas con la cabeza cuando te le cruzas a solas, esos típicos momentos en los que saludas porque no esperabas que hubiera nadie ahí; como los saludos que se hacen exploradores rivales en medio de la Antártida.
Hitler siempre responde al saludo muy educadamente pero con un español muy torpe, pero siempre saluda así que vas cogiendo confianza hasta que empiezas a saludarle de viva voz.

Llegas a gritarle «¡Hi Hitler!» de un lado a otro de la calle. Saludas agitando el brazo para que te vea bien y piense que eres un buen vecino. Pero Hitler nunca saluda tan entusiasmado, Hitler te saluda con timidez, sin levantar la mano, diciendo «hola» en voz baja.
Hitler muy abochornado, Hitler poniéndose colorado no sabiendo si le estás saludando como vecino, como fuhrer o si le estás recriminando su papel como líder fascista. Hitler mudándose mucho, cambiando mucho de casa intentando dejar atrás el pasado.

Bomba nazi

Han puesto una bomba en el hospital, en la planta de pediatría. La han puesto con muchísima maldad, ni siquiera han avisado por teléfono; la ha encontrado una de las limpiadoras al ir a vaciar un contenedor de basura, muy rápido han avisado a la policía y empezado a evacuar el hospital.

Es una bomba nuclear, una jodida bomba nuclear que si explota destruirá la ciudad; pero por alguna razón la han puesto justo donde están los niños enfermos, solo por aumentar el nivel de mal rollo. Los técnicos de la policía van a comenzar a desactivarla cuando encuentran una sorpresa inesperada.

Los cables de la bomba están dispuestos en forma de esvástica. El cabrón que ha puesto la bomba no se contenta con amenazar a unos niños con un arma capaz de borrar del mapa una ciudad sino que además se ha permitido esa pequeña broma. Los policías se miran entre si muy confundidos sin saber cómo desactivarla, no saben cómo abordarla; los cables siguen siendo rojos y blancos, pero al estar configurados en forma de esvástica (en forma nazi) se hace mucho más difícil trabajar con ellos.

Es una cuestión de pudor, de no querer manipularlos, de no querer involucrarse con lo nazi. Años de entrenamiento policial se van al garete, la profesionalidad se viene abajo al encontrarse con lo nazi. La esvástica como miedo atávico de la humanidad.