Slender.

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Encuentras en tu casa unos símbolos raros, como siniestros. Son sencillos, nada que ver con virguerías cabalísticas, no hay alardes de dibujo geométrico ni alfabetos antediluvianos. Es una figura humana, un hombre alto, delgado, de rasgos indefinidos; su imagen desprende maldad, aun mal trazada evoca un horror que te sobrepasa. En el vacío de su cara adivinas perversiones anteriores a la humanidad, un terror que caminaba en un planeta desierto, la oscuridad convertida en una fuerza viva.

En realidad lo has trazado anoche muy aburrido mientras esperabas que cargara un vídeo en youtube. Un vídeo de humor cutre, unos rusos que se pegan con unos quesos grandes, quesos de esos redondos pero muy grandes, como de un puto metro de diámetro. Se pegan con esos quesos enormes, pero no puedes verlo porque el vídeo no carga, y muy aburrido, te pones a hacer el dibujito del slenderman en una mancha de café que hay en la mesa. Rascas con la tapa de un boli bic un rato hasta que el vídeo empieza y después te olvidas del asunto.

En realidad ni siquiera existe la dignidad de que la mancha sea de café, es una mancha de colacao. De colacao de marca blanca, colacao del día. Has intentado imbuir la esencia del mito de Slenderman en una mancha de un producto de desayuno orientado a niños, has pretendido exponer toda la grandeza de esa figura de ficción durante un momento de aburrimiento mientras navegabas por internet. Vaya insulto, vaya falta de respeto, vaya blasfemia.

Es tan ofensivo para el personaje de Slenderman que de hecho se ha manifestado de verdad. De alguna forma has invocado la voluntad de existencia de Slenderman con tu ridículo garabato. Kilómetros de metraje y literatura le dieron peso, lo convirtieron en una entidad potencial, en un arquetipo practicamente tangible. Pero ha sido tu irreverente acto el que lo ha convertido en algo real.
Como en las películas de terror, ha sido la estupidez de un joven inconsciente lo que hace venir al monstruo. A partir de aquí te apañas tú solito.

Queso natal.

Hay un queso especial en Cerdeña que se hace metiéndole dentro gusanos para mejorar el sabor. O yo qué sé, igual solo los meten por morbo.

La idea es que en lugar de gusanos lo que se cría en el queso sean personas diminutas para las que el tiempo avanza mucho más rápido. Un poco como si fuera queso producto de tecnología más allá de las leyes físicas. No quiero decir que un loco haya realizado asombrosos avances solo para hacer queso; sencillamente es posible y se hace, debe ser un queso alienígena.

Y a estas personas se las deja vivir y poblar el queso durante para lo que ellas son siglos, incluso milenios. Sobre el queso se forman civilizaciones, se progresa en las condiciones de vida; estos pequeños hombres y mujeres del queso crean poblados, cultivos, ciudades y con el tiempo llegan a niveles de desarrollo propios de nuestro siglo XX.
No sé como lo hacen, no sé qué cultivan, no sé de dónde sacan los metales o el petróleo; pero lo hacen. Supongo que es parte de la receta del queso, es posible que junto con los humanos se introduzcan vetas de minerales, reservas de petróleo y plantas y animales en miniatura para ser usados por estas pequeñas personas.

Pero no es ningún queso de sibaritas eh, comenzó como una curiosidad al nivel de Ferrán Adriá, después se comercializó en círculos especializados y pronto llegó a los supermercados.
Este queso tiene muchas variedades, todas ellas centradas en el nivel de desarrollo de estas personas del queso. Quesos blandos, de sabor suave hechos con quesos jóvenes que no han llegado a albergar una cultura sedentaria. Quesos más curados, de sabor y consistencia muy fuertes por la expansión y densidad de la población agrícola. Quesos con sabor ácido y amargo, salpicado de regiones industrializadas y contaminación; sabores nuevos fruto de la tecnología de una civilización avanzada.

Puede parecer una fantasía absurda o un cuento barato, pero si nos despojamos de la visión antropocéntrica veremos que no es una idea tan loca. Para una civilización extraterrestre que domine el espacio y el tiempo podría resultar plausible e incluso apetitoso. No voy a decir que de hecho estemos viviendo en ese queso; pero tampoco me atrevo a negarlo.

Campaña sin mentiras.

La nueva campaña de publicidad de Burger King es muy jodida, ataca la consciencia como un torpedo; un anuncio como un misil dirigido por un cirujano, anuncios que hubieran hecho a Bin Laden pedir una hamburguesa. Mandan a la mierda la teoría publicitaría del siglo XX, no hay estudio demográfico, es la misma campaña aquí y en Japón. No lo necesitan porque son anuncios muy específicos, no venden un producto, ni una marca ni una imagen. Lo que venden es una sensación, un recuerdo muy determinado y universal; venden el queso de las hamburguesas. El queso es el protagonista de anuncios con mucho zoom, imágenes muy cercanas de queso fundido. Travellings hechos con cámaras especiales que graban a cámara lenta el vapor del queso caliente, planos que parecen paisajes primigenios con masas de carne, pan y queso, un mar de dulce queso color mostaza. Imágenes muy explicitas de láminas de queso caliente, anuncios considerados cheese porn, pornografía gastronómica.
Carteles publicitarios que solo muestran el queso, carteles con cuadrados de color mostaza y ningún símbolo asociado.

Funcionan muy bien estos anuncios porque no intentan vender nada aparte del queso, cualquiera puede sentirse tentado por estas imágenes de queso. El éxito del anuncio es la falta de una imagen de marca, la no creación de un consumidor ideal. Burguer King no quiere cambiarte, Burguer King solo quiere que compres sus hamburguesas.
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