Vuelo libre.

Una noche sin venir a cuento la abuela se murió, pero como no nos dijo nada no nos dimos cuenta hasta por la mañana. No fue nada divertido, hubo muchas llamadas telefónicas muy tensas y muchos lloros y muchos familiares desconocidos que tenían que dormir en el salón de casa como si estuviéramos en una acampada rara.
Toda la familia se reunió para la lectura del testamento, no porque estuviéramos detrás de su dinero (que lo estábamos) sino porque la abuela había pasado los últimos años haciendo comentarios muy sibilinos sobre lo especial que iba a ser su entierro; comentarios muy crípticos sobre que nunca antes se había visto nada igual. No le contó a nadie el secreto, a la abuela le encantaban las sorpresas.

La abuela quería que lleváramos su cuerpo a la fábrica en la que había trabajado su marido para que lo plastificaran. No lo hacía por un extraño amor al lugar de trabajo del abuelo sino porque le iban a hacer un precio especial por ser viuda de un antiguo empleado. Por eso y porque la ilusión de su vida era ser plastificada al morir.
Le encantaba el tacto del plástico y quería pasar la eternidad atrapada entre dos superficies plásticas, envasada al vacío y aplanada como un sello.

Lo hicieron en el turno de noche porque había menos ajetreo en la fábrica y el encargado del turno había sido seminarista de joven. Metimos a la abuela en una máquina muy grande que cuidadosamente la comprimió y selló entre dos láminas de plástico; cuando acabó todo nos la llevamos a hombros y la colgamos en la pared del salón como si fuera una versión fotorrealista del hombre de Vitruvio de Da Vinci.

No joder, ¿Cómo íbamos a colgar un cadáver en el salón de casa? Vaya locura sería eso, tener a tus seres queridos colgados en el salón como si fueran un ridículo cuadro comprado en ARCO. Eso no le hubiera gustado nada a la abuela, a ella le gustaba la naturaleza, no estar en el salón todo el día viendo la tele sentada en el sofá.

Lo que hicimos fue doblar con mucho cuidado a la abuela para hacer un enorme avión de papel para después lanzarla al mar, fue muy bonito despedir a la abuela en familia hablando sobre los viejos tiempos mientras la veíamos volar hasta desaparecer en el horizonte.

Colisión al ras.

Una señora mayor, muy mayor, una de esas ancianas con un volumen muy tubular; forrada con lana en forma de abrigos y bufandas, tapada de pies a cabeza. Esta abuela está caminando por la calle, es de día, ha salido a hacer sus cosas normales cuando un enorme camión aparece por la esquina y se precipita contra la acera, directo a la pobre mujer.

Con más agilidad de la que esperamos la vieja se aprieta contra la pared de la calle, se aparta de la trayectoria del camión con un salto felino. Joder, lo consigue; el camión no se la lleva por delante ni la estampa contra la pared, toda la energía del choque sigue su camino, pasa rozando a la pobre señora.
La atropella al ras, impacta contra la vieja con mucha velocidad y un ángulo muy preciso, muy de pulir superficies pero usando un camión fuera de control. La señora está bien eh, que nadie se preocupe; el camión solo le ha arrancado una loncha de abrigo, una fina capa de tela, a la señora no le ha pasado nada, ni siquiera se ha dado cuenta; el abrigo solo tiene una enorme marca como de desgaste, como de uso, como si lo hubieran cepillado muy fuerte para quitar una mancha.

Joder, que sea un choque en cadena; que le pasen rozando a la vieja una fila de vehículos descontrolados, uno tras otro cada vez más rápido y más cerca de la pared; pero sea imperceptible porque cada atropello solo se lleva una peladura hasta que desaparece la señora, hasta que solo queden finas capas de ella volando por la calle.