Tu abuela es una maestra jugando a la brisca, es campeona en el pueblo y tiene un montón de trofeos encima de la televisión junto a las fotos de la boda. Si la brisca fuera un espectáculo de masas como lo es el poker tu abuela aparecería en los anuncios de apuestas en internet.
Cada vez que gana un torneo la cocina de casa se llena de señoras que beben anís y coñac y chismorrean mientas comen uvas pasas. También juegan a las cartas en esas fiestas, pero no juegan a la brisca, juegan a…
¿Qué coño pasa? ¿Por qué está ardiendo esa señora? Yo no sé qué ha pasado, ¿Tú lo sabes? Pues eso, aquí jugamos todos en igualdad de condiciones.
La cosa es que salen llamas de la señora y todas se ponen muy enérgicas y se arremolinan a su alrededor sin decidirse a hacer algo hasta que tu abuela saca un tarro de sal gorda de un armario y lo vacía sobre su amiga.
Dice que la sal absorbe el calor, que es la forma más rápida de apagar un fuego. Que así es como se apaga la lumbre cuando no quieres que se consuman las brasas. Que hay que usar sal gorda porque la sal fina la hacen con plástico.
Está loca obviamente, le ha dado un ataque de demencia demencia senil y se ha liado a improvisar remedios tradicionales en un incendio; en un incendio en una persona, una persona mayor además.
Que el resto de señoras se suban al tren de la locura de tu abuela, que propongan cosas raras, que discutan mientras le aplican friegas con lavaplatos y gel de baño al mismo tiempo. Que discutan sobre cual de los dos productos debe ir encima del otro.
Joder, que una de ellas, una mosquita muerta que ni siquiera juega a la brisca, una que ni habla, que solo viene porque le gusta oír hablar a alguien mientras hace sudokus; que esa vieja con asperger proponga que le pongan por encima una manta empapada con orina porque la orina es hipoalergénica. Pero solo cuando está fría.