Genio de la falsificación.

Te hacen pasar a la parte de atrás cuando no quedan más clientes en la tienda, así es como se hacen las cosas entre profesionales. Te presentaron al señor Llopis la semana pasada y esta mañana te ha llegado un SMS avisándote que el trabajo está hecho. Te sientas frente al escritorio y pones la segunda mitad del dinero sobre la mesa.

Llopis saca una botella de vino y la pone tumbada sobre la mesa. Dentro de la botella está tu nuevo DNI, con los datos que habíais acordado y la foto que te sacó en la trastienda la semana anterior. Se dice que Llopis es el mejor falsificador de Barcelona y al ver el resultado es imposible negarlo. Todo el carnet ha sido hecho dentro de la botella, Llopis tiene herramientas especiales, específicas para poder usarse a través del cuello de una botella, incluso ha metido el chip en el DNI y ha hecho las marcas  de agua. Es difícil examinarlo a través de la botella, pero parece una falsificación perfecta; en la cara de Llopis no hay sonrisas de orgullo ni satisfacción, tiene la cara seria de un profesional que sabe que ha complido con su trabajo.

Pagas y coges la botella con tu nueva identidad, te la guardas en la chaqueta intentando no parecer un borracho bebiendo vino por la calle y decides que es una estupidez llevar por un lado la botella con el DNI y por otro la cartera con el dinero; así que vacías la cartera y metes con mucho cuidado los billetes y las monedas por el cuello de la botella. Ahora al andar haces un montón de ruido y seguramente tengas problemas para sacar el dinero cuando tengas que pagar algo, pero joder, caminas con el sentimiento de quien tiene unos zapatos nuevos, un poco incómodos pero muy bonitos.

Slender.

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Encuentras en tu casa unos símbolos raros, como siniestros. Son sencillos, nada que ver con virguerías cabalísticas, no hay alardes de dibujo geométrico ni alfabetos antediluvianos. Es una figura humana, un hombre alto, delgado, de rasgos indefinidos; su imagen desprende maldad, aun mal trazada evoca un horror que te sobrepasa. En el vacío de su cara adivinas perversiones anteriores a la humanidad, un terror que caminaba en un planeta desierto, la oscuridad convertida en una fuerza viva.

En realidad lo has trazado anoche muy aburrido mientras esperabas que cargara un vídeo en youtube. Un vídeo de humor cutre, unos rusos que se pegan con unos quesos grandes, quesos de esos redondos pero muy grandes, como de un puto metro de diámetro. Se pegan con esos quesos enormes, pero no puedes verlo porque el vídeo no carga, y muy aburrido, te pones a hacer el dibujito del slenderman en una mancha de café que hay en la mesa. Rascas con la tapa de un boli bic un rato hasta que el vídeo empieza y después te olvidas del asunto.

En realidad ni siquiera existe la dignidad de que la mancha sea de café, es una mancha de colacao. De colacao de marca blanca, colacao del día. Has intentado imbuir la esencia del mito de Slenderman en una mancha de un producto de desayuno orientado a niños, has pretendido exponer toda la grandeza de esa figura de ficción durante un momento de aburrimiento mientras navegabas por internet. Vaya insulto, vaya falta de respeto, vaya blasfemia.

Es tan ofensivo para el personaje de Slenderman que de hecho se ha manifestado de verdad. De alguna forma has invocado la voluntad de existencia de Slenderman con tu ridículo garabato. Kilómetros de metraje y literatura le dieron peso, lo convirtieron en una entidad potencial, en un arquetipo practicamente tangible. Pero ha sido tu irreverente acto el que lo ha convertido en algo real.
Como en las películas de terror, ha sido la estupidez de un joven inconsciente lo que hace venir al monstruo. A partir de aquí te apañas tú solito.

Dentro del huevo.

El museo tenía una fachada impresionante, llena de cristal y acero; unas burbujas raras, como si hubiera estornudado un dinosaurio al pasar por la calle. Los turistas pasaban horas sacando fotos antes de entrar.

Después de entrar ya no sacan fotos. No sacan fotos porque el vestíbulo es una habitación de aislamiento, hermética y de color blanco. No hay un mostrador con una rubia detrás repartiendo folletos, no hay un sitio donde dejar los abrigos ni un guardia de seguridad aburrido en una esquina. De hecho no hay esquinas, es una habitación esférica  en la que la luz parece no venir de ningún punto y de todos al mismo tiempo. Es un refugio místico, una habitación impermeable e insonorizada. 

Se planteó como una cámara estanca, una zona de transición entre el mundo real y el mundo del arte. Un lugar en el que la mente se desliga del cuerpo y sus preocupaciones para transformarse en algo diferente, en algo más ligero y etéreo; antes de entrar al museo son turistas, una vez dentro son otra cosa. La sala funciona como una crisálida pero con menos mierda por dentro. Todos los museos deberían tener una una esclusa cultural, una demarcación clara de cuando estamos dejado atrás lo terrenal. egg

En realidad no funciona, es un desastre como experimento museográfico. Nunca nadie ha pasado un minuto en el interior de ese huevo raro, la sala nunca ha estado llena de jóvenes amantes del arte sentados en el suelo respirando acompasadamente preparándose para el museo. Solo hay turistas muy confusos, niños muy nerviosos y señoras mayores palpando las paredes buscando la puerta de salida.

Cuando dejan la sala no son esas etéreas criaturas culturales pero tampoco son turistas, se han convertido en náufragos sensoriales; el paso por la sala los ha dejado perdidos y necesitados de estímulos. Pero una vez que salen de la sala no encuentran un suelo firme bajo sus píes, solo encuentran obras de arte, elementos aislados y extraños como vestigios de civilizaciones extraterrestres. Tardan un buen rato en volver a la normalidad, necesitan encontrar asideros mundanos como extintores o envoltorios de comida; objetos que son nexo con el mundo real entre tanta instalación conceptual.

Se sale del museo siguiendo un pasillo muy estrecho, un pasillo sinuoso del que no ves el final, un pasillo misterios en el que se intuye una luz al fondo. La intención del arquitecto era evocar el cuello uterino, evocar el nacimiento; quería hacer una alegoría del museo como lugar de gestación, de crecimiento del visitante pero desde el exterior parece que el museo está cagando turistas, masas de turistas mareados y cegados por la luz del exterior.

Genio y locura.

Digan lo que digan sobre él y Gauguin, Van Gogh no era gayego, Van Gogh era un pagafantas. De joven se enamoró muy fuerte de la hermana de un amigo suyo y la pidió matrimonio paseando por el campo. La pobre mujer, de la que no sabemos nada, le dio calabazas y nunca quiso volver a verle. Pero Van Gogh estaba ya muy loco y creía que la muchacha se enamoraría de él si le demostraba que iba en serio así que fue a su casa. Y bueno, la chica no quería verle, la madre se echaba las manos a la cabeza y el padre quería echarle de casa. Así que Van Gogh le propuso al padre que le dejara hablar con su hija tanto tiempo como pudiera mantener la mano sobre una vela (encendida). Puto loco que le hizo una apuesta de bar al padre de la chica, que se jugase la mano de su hija a «a ver cuánto aguanta este loco quemándose con la vela». 

Que hubiera accedido, que realmente hubieran acordado cronómetro en mano que Van Gogh pudiera hablar con la chica tanto tiempo como aguantara. Van Gogh con la mano en llamas, llamas grandes como si tuviera la mano hecha de papel maché.
Una conversación muy rápida entre Van Gogh y la chica, Van Gogh recitando su discurso de cortejo a la chica y el padre en el quicio de la puerta contando los segundos; ellos dos muy correctos, muy caballeros, muy gentleman pero en holandés. Ella muy asustada, muy de no querer nada de Van Gogh, muy de escuchar por compromiso, muy de rechazar a Van Gogh y mandarle de vuelta a su casa. Que luego le eche la bronca al padre, que le diga «¿Pero cómo me haces esto papá?»

Recrear esto hoy. Acosar muy fuerte a una pobre chica e ir a su casa a decirle a sus padres que te dejen hablar con ella tanto tiempo como aguantes con la mano sobre una vela que no hay. Ir muy seguro de ti mismo, ser consciente de que no hay ninguna vela e improvisar muy rápido en medio del salón de su casa para acabar poniendo la mano sobre una lámpara. Discutir con tu posible futuro suegro que te dice que eso es una gilipollez, que «vamos a la cocina» y te encienda la tostadora. Jugarte el amor de tu vida a aguantar la mano dentro de una tostadora encendida, jugarte el corazón haciendo el jackass.

Arte en vida.

El artista recorre el parque cargando cubos de hormigón fresco usando su mirada de artista para elegir su próxima obra, un pino centenario con el tronco torcido. Con gran esfuerzo va tirando hormigón sobre el árbol tratando de cubrir todo el ramaje; el hormigón fresco pesa mucho y no llega muy alto, pero es un artista apasionado y consigue hacer llegar el material a la copa del pino. Se forman pequeñas estalactitas y otras formas caprichosas como burbujas e hilos. Se aleja unos pasos para admirar los efectos del contraste entre las agujas de color oscuro y la superficie brillante del cemento.

En el exterior del parque unos ecologistas gritan y agitan pancartas contra su arte, creen que el hormigón está matando a los árboles y los animales que viven en el parque; pero no podían estar más equivocados. Al cubrirlos de hormigón está afianzándolos para el futuro, los está convirtiendo en Arte, dándoles vida, convirtiéndolos en algo inmortal.

Campaña sin mentiras.

La nueva campaña de publicidad de Burger King es muy jodida, ataca la consciencia como un torpedo; un anuncio como un misil dirigido por un cirujano, anuncios que hubieran hecho a Bin Laden pedir una hamburguesa. Mandan a la mierda la teoría publicitaría del siglo XX, no hay estudio demográfico, es la misma campaña aquí y en Japón. No lo necesitan porque son anuncios muy específicos, no venden un producto, ni una marca ni una imagen. Lo que venden es una sensación, un recuerdo muy determinado y universal; venden el queso de las hamburguesas. El queso es el protagonista de anuncios con mucho zoom, imágenes muy cercanas de queso fundido. Travellings hechos con cámaras especiales que graban a cámara lenta el vapor del queso caliente, planos que parecen paisajes primigenios con masas de carne, pan y queso, un mar de dulce queso color mostaza. Imágenes muy explicitas de láminas de queso caliente, anuncios considerados cheese porn, pornografía gastronómica.
Carteles publicitarios que solo muestran el queso, carteles con cuadrados de color mostaza y ningún símbolo asociado.

Funcionan muy bien estos anuncios porque no intentan vender nada aparte del queso, cualquiera puede sentirse tentado por estas imágenes de queso. El éxito del anuncio es la falta de una imagen de marca, la no creación de un consumidor ideal. Burguer King no quiere cambiarte, Burguer King solo quiere que compres sus hamburguesas.
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La idea «bomba» en su dimensión platónica.

La introducción al libro era una bomba. No algo figurado, no. Era una bomba física. Es algo difícil de entender, un concepto treméndamente abstracto, ya que una bomba no cabe dentro de las tapas de un libro, pero es por sí misma la introducción. Estabas hablando con el escritor y en un momento dado dice, con las cejas arqueadas y asintiendo:

-Eh…sí, sí, la introducción a mi libro es una bomba-.

Y al instante comprendes que lo que dice no es algo figurado, sino que de alguna forma el ente o la idea «bomba» está desvinculado del libro a modo de introducción. Es un concepto platónico relativo al mundo de las ideas y la esencia de éstas que pocos pueden entender. No es una bomba encima de un escritorio, no lo imagines así, no tiene ningún tipo de impureza, nada la rodea, únicamente espacio, y ese espacio no existe, sólo existe la bomba. Todo esencia.

Eso es la introducción, una idea física que puedes tocar, y con toda seguridad estallará y te matará antes de leer el libro. El libro da igual, no tiene ninguna importancia… iba sobre el musgo o algo así, pero eso no importa, la introducción era una bomba que estallaba muy fuerte. Esto no significa que al abrir el libro todo saltara por los aires, el explosivo (he querido evitar decir «explosivo» porque no es esto, es una bomba), no está dentro del libro, esta desligado de éste, y de alguna manera estalla de forma físicamente figurada en algún lugar extraño y perdido en el que tú también estás.

Todos se preguntan donde diablos te has metido. Saliste a comprar un libro y nunca volviste. No se si me he explicado, pero es eso:

La introducción al libro era una bomba.

Platón sí lo entiende.

La colección de Fernando Cospi.

En este grabado de finales del siglo XVII vemos la sala donde Fernando Cospi guardaba su colección. cospi museo

Podemos ver animales extraños disecados, animales que no existen fuera de la colección del marques de Cospi, también hay caracolas, corales y otras baratijas del mundo natural. El resto de la colección es una mezcla de armas viejas, armas viejas ya en el siglo XVII y montones de antigüedades valiosas guardadas en ese armario masivo.
Una colección única, en ese momento en Europa no habría ni un centenar de colecciones como esa. Aparte de ser valiosa era una excentricidad como el parque de atracciones de Michael Jackson o el tigre de Jesulín de Ubrique. En el siglo XVII no había policía, ni alarmas, ni empresas de seguridad; si querías mantener tus cosas seguras tenías que poner dinero de tu bolsillo y contratar por tu cuenta a unos tipos armados.

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Joder, Fernando Cospi confiaba la seguridad de su colección a un enano con bigote, su único secuaz era un enano con una vara rara en la mano. Cuando hay peligro el enano trepa muy rápido por las estanterías, como tiene las manos y los pies pequeñitos es muy delicado y nunca tira nada. Una vez sobre la repisa empieza a reír como un loco lanzando amenazas a los intrusos mientras decide cual de las armas será mejor para la ocasión.
Un enano mercenario muy técnico, muy exclusivo; tan valioso como cualquier otra pieza de la colección.
Fernando Cospi tramando en su palacio planes para el dominio mundial junto a su enano guardaespaldas, un villano del siglo XVII esperando pacientemente a James Bond.

Taras y talentos.

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Los ventrílocuos son enfermos. No digo locos, no digo depravados; son gente con problemas reales. Detrás de cada muñeco de ventrilocuo hay un enfermo. Un enfermo que necesita al muñeco. Gente que no puede mover sus propias caras, que tienen una poker face fija, unos trazos mal dibujados, un huevo color carne con tres palitos. El muñeco son sus muletas, su perro lazarillo para la vida.

Nunca aceptaremos a un ventrílocuo sin muñeco, los rechazaremos y señalaremos como parias, nunca tendrán amigos ni se colarán en la cola del DIA; sin cara no eres nadie. Por nuestra culpa necesitan esos muñecos y de ellos viene toda su fama. Hemos convertido en un espectáculo su desgracia, estamos ofreciendo galletas al niño sin brazos en televisión. Y no, no hay galletas cuando se acaba el programa y vuelven a casa en metro con la mirada muerta fija en el suelo.

Arquitectura oscura.

Un edificio abominable, no feo; una madriguera de maldad, un punto negro en la geografía del planeta, epicentro de la oscuridad de la historia reciente, más allá del bunker de Hitler o el hotel del resplandor. Un símbolo claro de la presencia de El Mal en la Tierra. No lo visita Iker Jimenez, no es una casa encantada famosa en la que los niños se cuelan las noches de verano; a este sitio lo señalan desde lejos llorando aterrorizados.

El sitio es tan jodido que la UNESCO lo tiene bajo amenaza, sí, la UNESCO lo tiene en el punto de mira; incluso hay un proyecto para plantear las posibilidades de destrucción del puto sitio para que no pueda volver a hacer daño. Ingenieros, científicos, artistas y militares se reunen en un congreso internacional en el que se discute la intervención. ¿Cómo te deshaces de un cáncer de ese tamaño? Estamos hablando de maldad encarnada, no de un monumento polémico; sus muros están hechos con pesadillas y no puedes matar a una pesadilla con una bola de demolición. Se plantean forrarlo con plomo, volarlo con armas nucleares o hundirlo en un foso de ácido, pero todo eso no serían más que parches o peor; esparcir El Mal por los alrededores y crear una zona tan despojada de vida humana con Chernobil.
Finalmente el proyecto de la danesa Anna Iversen es el que se llevará a cabo. Iversen forma parte de la Agencia Espacial Europea; es ingeniero de cohetes y ha puesto en órbita una docena de satélites en los últimos cinco años. Su plan es mandar el edificio al espacio. No van a desmontarlo y montarlo en cohetes; nadie va a tocar nunca más el sitio. Va a hacer una explosión de autor, muy calculada, con explosivos diseñados para la ocasión; unas bombas térmicas raras que crean una corriente de aire que manda a la atmósfera cualquier cosa en un radio de varios kilómetros. Las han probado reventando pequeñas islas del Pacífico y trozos del desierto del Sahara, en un sistema totalmente confiable, todo el edificio será volatilizado y sus restos saldrán disparados lejos del planeta.

O quizá no sea un buen plan. Quizá lo que estamos enviando al espacio no es más que un símbolo de la maldad intrínseca al ser humano. Quizá estamos proyectando al espacio el cáncer esperando que se diluya en el vacío. Quizá vuelva, quizá nos lluevan meteoritos, o peor aún: quizá esa oscuridad en polvo quede flotando, forme un velo negro sobre el planeta.